viernes, 29 de abril de 2011

Tío Gama y lo jinetes del mar

Falta media hora para que el sol se corone en el cielo retalteco. He recorrido 190 kilómetros desde la capital y estoy en Retalhuleu, la capital del mundo. Treinta y seis kilómetros es lo que me separa de la playa de Champerico, mi destino. Recorrer ese tramo se convierte en un lento paseo lunar debido al estado de la carretera. Los baches terminan por agregar 45 minutos al viaje.

Además de hoyos, la carretera hacia la playa ofrece vistas de las aldeas y sus habitantes. Montados sobre sus bicicletas, algunos chicos me hacen señas. Quieren un momento de mi atención para ofrecer el servicio de alquiler de ranchos a orillas del mar. Turismo. Es la manera en la cual se ganan la vida. En otra época quizá hubieran embalado madera. Champerico se fundó en 1822, casi medio siglo después fue declarado puerto nacional, pero no se constituyó como tal hasta en 1882. Su nombre se origina de Champer & Co., empresa alemana exportadora de maderas finas que operó en la región a partir de 1700.

Aunque de transitar lento, en la carretera es imposible perderse. Cuando asoma la playa el mar brilla como si sobre su superficie flotaran diamantes. Parece un viejo amigo desesperado por saludar y contar que el nivel del agua salada, con relación al del muelle ha retrocedido casi 100 metros. Al contemplar al atracadero, uno no deja de preguntarse de dónde esa estructura saca fuerzas para seguir en pie.Cerca del muelle está Melvin Anderson. Es un vendedor que con extraordinario carisma ofrece cocos. Melvin es un hombre moreno de ojos grises y con sentido del humor. Algunas anécdotas de su vida vienen incluidas con la bebida que le compro y así me entero de que estuvo algunos años en Estados Unidos, de que su padre fue un haitiano travieso y su madre una canche hermosa.

–¿Usted conoce a Tío Gama?, le pregunto cuando creo que he ganado su confianza.

– ¿A Gamaliel, dice usted? Sí. Aquí todos lo conocen. Ha estado en no sé qué lugares, también se ha tirado para alcalde. Con él se mantienen los patojos, seguro lo encuentra en su casa.

***

Al atravesar la avenida principal de Champerico encuentro diversos comercios, el mercado, agencias bancarias, hoteles, servicio de transporte en bicicleta (tricicleros, como localmente se les llama) y gente que va y viene.

Llegar a la casa de Tío Gama no es complicado. Sobre la avenida se divisan dos enormes tanques de agua. Se dobla a la izquierda hasta que se divisa un casa amarilla. A la par sobresale un callejón. ¡ Y listo! En la entrada, como un guardián que cuida el templo de algún dios, hay un grafiti de un león con una corona. No hay necesidad de pedir permiso para entrar, claro, a menos que la puerta esté cerrada.

En el interior, iluminados por la luz de sol de las tres de la tarde, saltan a la vista más grafitis. Han sido realizados por los jóvenes surfistas que, además de frecuentar las olas, son visitantes asiduos de la casa. Varios de ellos se encuentran reunidos en un pequeño rancho de palma ubicado muy cerca de la cocina, donde está Tío Gama leyendo un periódico. Lo acompañan dos surfistas más. Al parecer, siempre hay más de alguien, ya sea descansando, elaborando algún tipo de artesanía o conviviendo con el resto.

Tío Gama, Gamaliel Escribá Pimentel, nació el 11 de julio de 1949 en la aldea Los Cerritos, en Chiquimulilla, Santa Rosa. El amor por Champerico nació en su corazón sin siquiera conocerlo. “Escuché su nombre de la voz de un enamorado de una tía, allá por 1956. Un día mi madre llegó a pedir mi traslado a la escuela porque nos veníamos a vivir acá”, recuerda el sexagenario cuando el 22 de junio de 1963, en un camión, arribó al puerto a las dos de la madrugada. “Fue tan grande mi alegría que cuando partimos de la aldea salí riéndome, diciendo adiós mientras la gente lloraba”.

Desde esa fecha, Tío Gama lleva en el corazón el mar. El vínculo no se rompió aunque en varias ocasiones viajó al extranjero. Ha sido, como él dice con su tenue y relajada voz, un marinero, un pescador internacional que ha surcado el océano Pacífico, el Atlántico, el mar del Caribe... también se ha embarcado por Alaska, Groenlandia, Canadá y Rusia. “Gracias a Dios conozco parte del mundo”, dice peinándose con las manos su cabellera completamente blanca. De sus viajes guarda un sinfín de anécdotas. Una de ellas fue, cuando parado en la proa del barco en algún lugar del Ártico, vio sobre un témpano de hielo a un oso polar que rodando se dejó caer desde lo alto para pescar su alimento. Aunque atestiguó otras cosas espectaculares en alta mar, Tío Gama siempre deseó una cosa: regresar a Champerico.

Gamaliel quiere a su pueblo, pero el amor no lo ciega; lo hace pronunciarse, actuar. Así, compara su Champerico y ese otro mundo que durante su juventud conoció y recuerda con nostalgia. Escribá Pimentel recalca que el estancamiento en el que se encuentra su tierra se debe a la falta de cultura y el poco interés de las autoridades para lograr su desarrollo. “Hace mucho tiempo un alcalde nos enseñó que existe el asfalto y los tanques públicos”, recuerda Tío Gama dirigiéndose a la concurrencia. Algunos de los jóvenes deportistas, en silencio, empiezan a prestar atención a sus palabras. “Otro nos enseñó la luz. Antes, en el pueblo había 49 cantinas pero sólo cuatro focos”.

“El pueblo es la familia de uno. Hay que deberse al pueblo y ser del pueblo”, enfatiza. Ese espíritu de servicio lo ha llevado a postularse a alcalde un par de veces. La primera, en 1983 durante las elecciones que ganó Vinicio Cerezo. La otra, en 1994. En ninguna logró obtener la vara edil. “Yo participé porque mi pueblo necesitaba a alguien que le sirviera, no a alguien que le sacara el dinero”.

Amigo del mundo

“Al visitante hay que tratarlo como persona, al ciudadano, como gente y a la multitud, como amigo”, reza una de las máximas de Tío Gama.

Para este marinero la amistad es demasiado importante y a lo largo de la vida ha cosechado muchos amigos, tanto en Champerico como en el resto de lugares en los cuales se ha encontrado.“¿Para qué vivir en el mundo sin amigos? Vivir en el mundo sólo por vivir… no”.

Por ello, a la casa de Gamaliel todos son bienvenidos. Por su puerta, además de paisanos, han pasado personas de España, Francia y Estados Unidos. “Mi casa ha sido un asilo. Acá ha vivido mucha gente. Cualquier persona que quiera venir es bienvenida”. De hecho, su morada funciona como una especie de refugio, un imán para los practicantes del surf. Y aunque no surfea, Tío Gama, es un guía, una especie de gurú que gusta trasmitir su filosofía de vida.

Su relación de amistad con los muchachos se inicia incluso antes de que muchos nazcan. “Conozco a los abuelos, a los papas, a los tíos... a todos sus parientes”, confiesa. La mayoría de ellos llegan desde temprano a su casa, el punto de reunión para ir a la playa y practicar el arte de dominar las olas. La humilde vivienda de Gamaliel también los espera una vez terminar su rutina en el mar, pues a su casa llegan para relajarse, otros, pasan el tiempo ahí haciendo pulseras artesanales y hay quienes gustan de practicar break dance en el patio del rancho.

Tío Gama es una persona muy vivida”, dice César Véliz, quien se dedica a la reparación de tablas. Él es uno de los tantos que llegan diariamente, a sabiendas de que ahí estará el resto de sus compañeros. Véliz, un chico de baja estatura con el pelo largo protegido por una gorra, argumenta que todos le guardan respeto a Escribá Pimentel, algo que trasciende los límites del refugio que brinda su hogar, pues cuando lo encuentran en la calle se detienen a platicar con él. “Nosotros le pusimos el apodo”, dice César.

“A muchachos como este –señala a otro surfista –, los vi nacer y crecer”, presume Gamaliel. “Tengo una relación muy bonita con ellos. Me siento feliz de que vengan”, comenta, al tiempo que una perrita entra y comienza a juguetear. “Hello baby”, le saluda. “También es mi amiga”, dice.

***

Algunos de los surfistas deciden ir al mar. Es hora de regresar a montar las olas, como buenos jinetes que son. Cuando ya casi todos ellos se han ido llega Gustavo Vicente, originario de Retalhuleu, quien saluda al tío con armonía. Antes –indica el surfista– algunos de ellos no se hablaban, había dos grupos y estaban separados. Era así hasta que comenzaron a frecuentar la casa de Gamaliel y finalmente se hicieron amigos. Las diferencias se disolvieron. “Ahora somos más por él. Tío Gama aconseja a todos los surfers. Tiene mucha experiencia en la vida porque ha viajado. Sabe cómo manejar las cosas en cada situación”, reitera Vicente.

Los rayos del sol del atardecer se cuelan por las hojas de los árboles sembrados en el patio. Una fuerte luz anaranjada corta por la mitad uno de los brazos del viejo marinero. Afuera, todos los jóvenes llevan sus tablas, listos para entrenarse y a la espera de un buen oleaje.

–¿Escucha eso?, pregunta Tío Gama. “Podría decirse que es el canto de las sirenas, pero ellas no existen. Mar adentro, uno creería que es eso. Pero no. Es el aire que susurra. Aquí, en Champerico, tenemos a Dios cruzando la playa”.

–¿Dios es el mar, Tío Gama?

–El mar, el sol, el cielo. Dios es todo.

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